lunes, 23 de abril de 2012

Ya me puedo ir


Hacia mucho había pensado en este lugar, en cuanto quería regresar y los tantos recuerdos que yacen en él.
Así en lo que asumí seria mi último resurgir de fuerzas, decidí regresar a mi santuario, a mi paraíso personal.
El cielo pintado de azul y rosa por un sol que ya iluminaba, pero aun no había salido, yacía sobre, mientras yo, recostado en el pasto húmedo lo veía, y pensaba,  tantas veces este cielo me ha acompañado.

Tantas veces me había recostado en este mismo lugar a admirar toda su belleza y basta infinidad sin más a mí alrededor que el vuelo de los mirlos y el canto de los ruiseñores.

Con los ojos cerrados, no puedo hacer más que recordar.

Recordad una infancia llena de aventuras en selvas fantásticas y planetas del espacio exterior, tantos momentos, todos en este mismo lugar, y cuando fui creciendo simplemente, ver el cielo y pensar en su lejanía.

Todo siempre recostado en el pasto que pretendo sea ahora mi lugar de partida. Tantos momentos, hoy parecen tan lejanos, mis juegos, mis pensamientos, nuestro primer beso.

En esa ocasión era el cielo nocturno quien estaba de mi lado, y todas las estrellas, desde su brillante lejanía, habían ido a espiarnos, simplemente hablábamos,  nos divertíamos, mientras fingíamos que nada pasaría, hasta que entre risas nos quedamos en silencio, y bueno, ya nada mas podía yo hacer.

Me duele tanto pensar que debo dejarte, y en que ya no podré hacerte feliz nuevamente, y es ese el único remordimiento que llevo, espero que te consuele saber que es en este lugar donde me fui y que te esperaré ansioso desde el otro lado, pero por sobre todo, que hasta el último instante, yo te amé.

El sol se hace presente y golpea mi cara y pecho.

Abro los ojos y lo veo.

El cielo azul, majestuoso, lo fue antes, y lo será después de mí.

Verlo, solo acompañado del vuelo de los mirlos y el canto de los ruiseñores, hoy es más hermoso que nunca.

No puedo pensar una mejor forma de irme.


Escrito por: Manuel Geraldo